Las rebajas y el horror al vacío

Pese a que siempre hay que presentar como aval un número o cifra para sustentar lo que se afirma, hoy no me detendré a ofrecer ninguna suerte de informe, tampoco en plasmar testimonio alguno. Sentado lo anterior, abordaremos sobre el abuso de las compras desde otros escenarios.

Las rebajas y el horror al vacío

Fernando Pérez del Río*

Pese a que siempre hay que presentar como aval un número o cifra para sustentar lo que se afirma, hoy no me detendré a ofrecer ninguna suerte de informe, tampoco en plasmar testimonio alguno. Sentado lo anterior, abordaremos sobre el abuso de las compras desde otros escenarios.

La dependencia o abuso de las compras es un fenómeno "nuevo", posterior a la Revolución Industrial, esto legitima para preguntar qué cambios están acaeciendo en la sociedad que justifiquen el que algunas personas desarrollen una conducta de comprar compulsivamente.

En ello influye el cambio cultural que se da en el último cuarto del siglo xx y principios del xxi, transición que se resume con la siguiente paradoja: cada vez hay más personas llenas de objetos e información y, al mismo tiempo, hay más vacíos. Algo fácilmente comprensible, pues la sociedad ya se hizo a la paradoja del capitalismo. No es una cuestión de enjuiciar nuestro modelo ni de debatir las escasas alternativas de otros patrones sociales. Consumir no es ni malo ni bueno.

Algunos autores ayudan, con mayor o menor tino, a entender al individuo actual. Pese a que el tema posee una dificultad que se adensa a medida que se avanza en él. En 1990, Harvey afirmó que "a la ideología actual del capitalismo consumista, le interesa efectivamente un sujeto plural, fragmentado, móvil, efímero y que, a la vez, se sienta fuente creadora de sus propios gustos". A muchos, estas críticas palabras pueden sonar indiferentes, pero a otros les indica una cuestión que urge solucionar.

Existen otros clínicos que insisten sobre la misma línea como Andrés Borderías. Según este autor las adicciones son un síntoma acorde a la época, un síntoma común al repudio de la norma, propio del discurso capitalista y de la exigencia del derecho al goce. El capitalismo se caracteriza por un desinterés hacia los límites, que a su vez favorece la repetición. En fin, es fácil afirmar que la actual crisis económica constituye un síntoma más de un sistema que necesita mejorar.

Fernando Martín Adúriz relacionó al hombre actual con el concepto de rendimiento; según el autor, hoy asistimos a un sinfín de exigencias, exigencias en la diversión, el ocio con riesgo, así como a un aumento de las fronteras incluso para los límites corporales. Cuanto más objetos, más cerca de "algo" nuevo estamos. Un "algo" que nunca llegamos a saber qué es.

Philippe Jeamment (1998) sostuvo que con respecto a las prohibiciones y la culpabilidad no tiene nada de sorprendente que existan menos conflictos o inconvenientes en torno al temor de no poseer los recursos narcisistas para alcanzar los rendimientos suficientes. Ahora, la permisividad, la vertiginosa evolución del sistema de valores y, sobre todo, los límites han sido reemplazados por una exigencia de un rendimiento para uno mismo. Pero lo que está en juego es el sentido de este rendimiento.

Existen otras muchas explicaciones que favorecen estos cambios, además que esclarecen cómo el hombre ha llegado a convertirse en un depredador de objetos. Una sociedad donde la mirada, el voyeurístico está archipresente, es un campo suficientemente abonado para estas conductas dependientes del objeto.

Hoy me gustaría detenernos en una de estas explicaciones. Existe una teoría, la cual supone dar un paso atrás ya que ha sido un tema ampliamente tratado en la historia, que incluye un concepto de lo más quisquilloso, difícil de acotar en cuanto a su comprensión, un término que no cambia con el tiempo y que no es otro que "el vacío". Acepción complicada y tratada por muchos autores, entre los que se encuentran Heidegger y Kierkegaard. Aunque sea atrevido de mi parte, me gustaría tomar prestada de Kierkegaard la idea de que esta dependencia consiste en hacer un excesivo acopio de objetos bajo una libertad de elección a todas luces mal entendida, mal dirigida y siempre excesiva. Una repetición que no haría más que suturar la angustia momentáneamente, sería como poner parches −es decir, objetos− al vacío, a la nada.

En lo que atañe a Heidegger, la angustia humana proviene del fin de la propia muerte, del saber de su finitud en la existencia. Por ello, las personas se refugian en lo cotidiano, en la repetición o en el afán de novedad.

Estos dos caminos se pueden juntar, en este caso, en la repetición de lo nuevo. En resumen, el objeto se muestra atractivo para suturar el vacío, el célebre horror vacui, horror al vacío como generador de angustia. Con los objetos se obtiene un alivio momentáneo que nunca llega a colmar a la angustia. El objeto es un espejismo narcisista que propone al individuo estar o sentirse completo mediante la recuperación de lo perdido, llenarse repetidamente de algo. Así, el abuso del objeto se puede convertir en un colaboracionista del impasse o en el facilitador de una parálisis. La dependencia a las compras es una envoltura más de las adicciones, no merece la pena un diagnóstico específico ni más motes ni apodos.

El capitalismo crece de forma ilimitada, su lógica pasa por no tener fronteras; de alguna manera, se basa en la suma febril. Cuestión ésta que se vincula con el concepto de "adicción", que en inglés quiere decir "sumar", consumir hasta no poder más. Cuando el psicólogo recibe a una persona con problemas de adicción, pese a sus múltiples y posibles rostros, suele ser un individuo que se ha olvidado de sí mismo, como si fuera una terra incognita de sí misma, una persona que tiene algo de desencantada, de huérfana, ya que el capitalismo salvaje no suele pensar en el "nosotros".

Una cultura que, a fin de cuentas, se equipara con el mundo que no es ilimitado, esto debido a la crisis económica que se padece actualmente. Una cultura que se confronta cara a cara con las personas que son limitadas. El individuo es finito, su cuerpo y sus recursos emocionales tienen una capacidad reducida.

Se debe admitir que para mantener el equilibrio el ser humano precisa de sistemas sanos, necesita pensar más en el nosotros como grupo. Requerimos más espíritu crítico, más embudos para filtrar la gran cantidad de objetos, de estímulos y de información que llegan desde el exterior. Pero tampoco estaría mal a manejar mejor nuestro particular horror vacui.

Nota
* Psicólogo. Departamento de Comunicación, Proyecto Hombre Burgos

 

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