Juventud adolescente:
inicio, desarrollo y final
Julio E. Hernández Elías
"... el hombre puede ser libre sin hallarse solo;
crítico, sin henchirse de dudas; independiente,
sin dejar de formar parte integrante de la humanidad."
Erich Fromm
Llegaron las vacaciones de verano y los jóvenes estudiantes tendrán más tiempo libre. Las calles estarán menos congestionadas en las mañanas y, en cambio, habrá mayor concentración y asistencia a los lugares de recreo, a pesar de sus elevados costos: aulas y bibliotecas abandonadas, cascaritas y tochito en la calle, a cualquier hora y con cualquier clima. Viajes dentro o fuera del país, cursos de verano, regularización de materias y hasta graduaciones, que ya se popularizaron desde jardín de niños hasta posgrado... en fin, actividades propias de esta temporada.
Si los jóvenes con los que usted se relaciona tienen entre doce y catorce años, resulta importante reconocer las características de su metamorfosis de niños a adultos: la adolescencia. Es necesario comprender que enfrentarán muchos cambios (talla, fuerza, proporciones, madurez sexual, etcétera) con dificultad y extrañamiento.
Con estos cambios, los niños pierden la identidad infantil, su cuerpo es otro. La aparición de la menstruación y la eyaculación indican su madurez sexual, lo que les despierta la curiosidad y la masturbación. Pierden confianza en sí mismos, ya sin los privilegios que tenían de niños. Su sensibilidad aumenta y experimentan de manera más constante sentimientos de vergüenza y angustia, ante los que responden con mensajes analógicos, que dan cuenta de su conflicto interno. Se visten y comportan con descuido y el duelo por el cuerpo infantil que no volverá. Entonces regresan a lo que saben hacer, a los juegos infantiles que ya dominaban. Los padres somos generalmente los más desconcertados. Pero debemos conservar la calma.
Sus actitudes demuestran su necesidad de ser diferentes a los demás. Lo intentan en una verdadera tormenta de emociones y sensaciones nuevas. Con todo y esto, sólo requieren o necesitan a alguien que les ayude a hablar de sus problemas, ya que esta habilidad de verbalización les resulta particularmente difícil.
Nuestra sociedad, que subraya la persecución del placer y el confort material, da poca atención a la búsqueda interna de significados e integridad personal y social. Entre la competencia constante y la escasez de oportunidades y espacios, las pasiones y los deseos de los adolescentes se mezclan con frustraciones, remordimientos y demás emociones dolorosas.
De los quince a los dieciocho años de edad, inician un recorrido y comparación de sus personajes idealizados, de los cuales retoman sus formas características de vestido y comportamiento. Establecen una identidad definitiva y construyen una ideología original, así como valores propios; esto lo realizan en grupos o pandillas que, a su vez, satisfacen sus necesidades de pertenencia.
Esta etapa se vive de manera ambigua, es decir, la experimentan con seguridad y ganancia, y a la vez, con sentimientos de inseguridad y pérdida. Estos sentimientos fácilmente pueden transformarse en sus contrarios: el amor en odio, el respeto en desprecio, etc. Pueden aparecer también tendencias autodestructivas o deseos suicidas, ideas de grandeza o de logro fantasioso. Ante esto no debemos confrontarlos severamente: mantengamos límites claros, ya que, aunque no lo digan o lo nieguen, los necesitan.
Su equilibrio es raro, anormal, incoherente e incongruente: pueden mostrarse dependientes y, simultáneamente, rebeldes; se avergüenzan de sus padres pero los necesitan mucho; se identifican con sus héroes pero quieren ser ellos mismos. Su idealismo choca con su egoísmo, tienen al mundo contra ellos; tratan de inhibir sus agresiones pero explotan con facilidad; sumisos y rebeldes, desean separarse de casa y tienen temor de irse. Manifiestan mucha preocupación por los estudios y, sin embargo, pueden tener un rendimiento académico bajo.
Constantemente cambia su estado de humor, su hostilidad se desplaza de la familia a toda la sociedad. Se defienden con mecanismos fóbicos, obsesivos, racionalizadores e intelectuales; les importa el "aquí y ahora" y no la historia; el futuro lo vislumbran con incertidumbre y ansiedad (¡y quién no!). Por eso requieren al grupo de pares: de cuates-cómplices y amigos-hermanos.
Hasta aquí han intentado definirse a sí mismos, pero de los dieciséis a los dieciocho años presentan la duda ontológica: ¿quién soy?, ¿qué onda conmigo?, ¿dónde estoy? Sus respuestas a este conflicto religioso-filosófico constituirán las bases de su futuro código de valores y, simultáneamente, la paulatina independencia emocional de los padres.
A estas alturas de su desarrollo inician el abandono natural de la cultura adolescente, al asumir roles más formales o adaptativos, y asumir tareas de mayor compromiso, como su primer trabajo asalariado. Y quizá aparezca una pareja sexual más o menos estable, gracias a que ha superado su capacidad de demora y tolerancia a la frustración, lo que lo hace capaz de sostener un mayor esfuerzo.
A los veintitantos, los jóvenes adolescentes están terminando su proceso de separación-individuación. Empiezan a ensayar las separaciones sin peleas. Definido su rol sexual, su vocación y profesión, su escala de valores propia y su independencia económica, podríamos decir que se ha convertido en un joven adulto.
Este proceso es arduo y a la vez divertido para los padres, les brinda la oportunidad de reeditar la propia juventud y hacer posible una salida de casa digna, para el joven que ansía volar por el mundo.
Terapias para adolescentes
Las familias de los adolescentes rara vez eligen asistir a sesiones de asesoría o terapia familiar, ya que conlleva un doble conflicto: la propia crisis que se vive con la juventud de hoy y la necesidad de incluir a un extraño, el terapeuta.
Por su parte, las familias pocas veces han escuchado hablar de la terapia familiar, antes del problema "que ha generado el hijo". Usualmente les ofrecen resistencia, por lo que el terapeuta debe tratarlos con cuidado y sensibilidad, pues tiene la noble tarea de crear un relación ordenada y sincera.
Ya sean las familias que se niegan a hablar "de más" sobre cualquier asunto, o las que hablan con insistencia sobre el tema que las llevo a la terapia, todas abordan el problema con las dificultades de encontrarse un ambiente nuevo, y ponen a prueba la autoridad del terapeuta2.
El terapeuta familiar debe mostrar su necesidad de apoyo y comprensión de la familia, esto ayuda a contrarrestar su resistencia inicial. Puede reducir la ansiedad en la familia, ayuda a expresar sus sentimientos y emociones de confusión y vergüenza, evita confrontaciones, agresiones y malos ratos, y hace hablar sobre cosas que importen a todos los implicados.
Si usted no ha tenido la experiencia de una terapia y tiene problemas para tratar a los adolescentes, los invitamos a conocer alguna; la prevención de riesgos también abarca el área de la salud mental familiar.
¿Qué se observa en un cuadro de uso de fármacos?
Organización y modelos comunicativos de la familia del adicto;
Organización psicológica del toxicómano, sus mecanismos de defensa y rasgos de carácter, que definen su comportamiento y su personalidad; las formas, en fin, de emergencia subjetiva sobre la cual la droga ejerce un efecto "terapéutico";
Comportamientos de consumo de droga por parte del toxicómano (selectividad en el uso de fármacos, riesgos de sobredosis y niveles de atención/desatención a las consecuencias físicas o interpersonales del consumo; tendencia a dramatizar o minimizar datos relativos a la toxicomanía; capacidad de reconocer, valorar y gozar los efectos de los fármacos, etcétera);
Modalidad de relación que el toxicómano o sus familiares establecen con los operadores o con los servicios que ocupan (selección formal e informal, reciprocidad de los casos entre terapeutas y pacientes, trampas donde con mayor frecuencia caen los terapeutas, etcétera).
Evaluación de las formas del proceso y la utilidad real de determinadas formas de intervención terapéutica.
Notas
1. D. W. Winnicott, Playing and Reality , New York: Basic Books, 1971, p.146. Se connota la responsabilidad como habilidad adquirida a partir del desarrollo de hábitos y costumbres sanos en un medio ambiente amoroso.
2. Cfr. "El arte de hacer terapia familiar" en Liberaddictus 18