El imperativo de la felicidad
The Imperative of Happiness
Fernando Pérez del Río*
Resumen
Se expone la tendencia actual de ser felices como una obligación y de forma paralela, la tendencia actual de no responsabilizarse del malestar emocional. Se debate sobre el origen y los cambios sociales que ha llevado a la sociedad a asimilar estas dos tendencias. Para finalizar se muestran las consecuencias en las personas y en los grupos sociales de esta división subjetiva.
Palabras clave: Responsabilidad. Felicidad. Malestar. Subjetivo.
Summary
This essay looks at the current trend of happiness as an obligation and parallel feeling and the trend, also current, of not assuming responsibility for emotional malaise. It discusses the origin and social changes that have led society to assimilate these two trends. It concludes by showing the consequences of this subjective divide in individuals and social groups.
Key words: Responsibility. Happiness. Malaise. Subjective.
Que un paciente llegue a la consulta pidiendo una receta farmacológica o psicológica que le dé una solución más o menos inmediata a su problema, está dentro de los lógicos parámetros de la clínica. También es frecuente llegar a la consulta afirmando que no se es conocedor de lo subjetivo de la queja. Pero lo diferente hoy en día, y con lo que nos encontramos con más frecuencia, es que el paciente no se siente responsable de lo que le ocurre en relación a su malestar. El dolor emocional, es algo que se externaliza en otros, se atribuye por ejemplo a la sociedad, al sistema, a la familia, a la educación, a la pareja, y cada día con más frecuencia a la biología y a la genética. En relación con estos cambios, el antropólogo Paul Rabinow (2006) afirmaba lo siguiente en The New York Times: "La vieja visión liberal del mundo de que todo es una cuestión de fuerza de voluntad sigue muy presente en Estados Unidos, pero la genética se ha convertido en una fuerte contracorriente", ante la pregunta clásicamente freudiana, aunque en desuso "¿Y usted qué tiene que ver en todo esto?". La respuesta es un largo silencio, en el mejor de los casos. Cuando se comienza un tratamiento, sobre todo en los tratamientos farmacológicos, la responsabilidad tanto del problema como de la solución al malestar es ubicada en el clínico, es trabajo y responsabilidad del terapeuta aliviar o curar esa molestia; es, pues, al experto a quien se le otorga ese supuesto saber y deber. Como afirma José María Álvarez (2006), "ese hurto de la responsabilidad, ese empeño en disociar el pathos y el ethos de los antiguos, culminó en un nihilismo terapéutico, tanto más recalcitrante, cuanto que se privó al propio sujeto de hacerse cargo de inventar alguna solución para su desdicha".
No es extraño que en determinados foros sobre drogodependencias se planteen opciones tales como que sea condición necesaria a la hora de ingresar, que los pacientes tomen metadona. Esgrimiendo las razones tales como, es mejor medicar para prevenir la posible e hipotética recaída. Éste sería un grado extremo donde al paciente es investido definitivamente de irresponsabilidad. Una alienación que nos trae a la memoria Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932), o a la obligación de tomar soma en la novela 1984, de George Orwell. Que la dolencia sea atribuida a la genética o a lo biológico es un bálsamo en forma de alivio para muchas personas, ya que no tienen que buscar ni sortear solución alguna en su interior, ni en lo que las rodea; ya no tendrán que interpelar con su sistema familiar. No hace falta ser creativo a la hora de hacerse un cuestionamiento personal para procurar soluciones, ya que ahora exigirá al clínico diciendo "Denme la solución, esto no tiene que ver conmigo". Para otras personas, atribuir su malestar a la genética supone un verdadero suplicio, ya que no podrán hacer frente al problema, percibiéndose sin control ni competencia sobre lo que las rodea, y la voluntad, si es que la hubo, quedará para el recuerdo. Este hecho en su generalización se convierte a su vez en un síntoma social.
Un síntoma social que se manifiesta en forma de crítica y en el intento incisivo de hacer responsables a otros de cualquier necesidad personal o cualquier necesidad colectiva. Será tarea del político de turno o de los gestores socio-sanitarios ir poniendo dispositivos a esa interminable lista de demandas sociales. En este sentido, el clínico, el trabajador social, podrán detectar algunos signos y síntomas comunes en un grupo de personas que tienen un malestar común, podrán abstraer ese grupo de la realidad social y conferirles un nuevo nombre, a la par podrán darles una identidad, una forma y estilo a ese nuevo colectivo que tiene unas necesidades y quejas. Un grupo que se siente en falta ante lo homogéneo. Esta compleja secuencia de creación no tiene por qué basarse en premisas verdaderas, ni ser cierta. Si los supuestos pacientes afectados o colectivos marginados de mil y una formas, aceptan esta nueva insignia o diagnóstico aceptarán tener ese lugar, aceptarán una ubicación, primero dentro del discurso sanitario o social, y luego tendrán un nuevo lugar en la sociedad. La sociedad pronto adjudicará determinadas creencias a ese nuevo segmento de la sociedad, a ese nuevo diagnóstico o grupo social. Creencias por otro lado, que después serán difíciles de modificar. En esta secuencia el filtro más complicado para que se acepte es, que sea reconocido por la sociedad. El último eslabón de la cadena es que este nuevo grupo asociado luche con el fin de mostrar su nueva queja al mundo. Sus dificultades y necesidades. Un nuevo grupo unidos bajo el epígrafe de "víctimas" que pronto tendrá eco en el discurso del político, éste conferirá ayudas económicas, y esas ayudas económicas, eternas subvenciones personales, y las bajas serán el último eslabón de la cadena. El cambio social actual nos muestra que la responsabilidad de las personas ha derivado, en gran medida, en ser una responsabilidad del sistema. La responsabilidad personal pasa al sistema social, que se siente en la obligación de cambiar y asistir a las personas ya que las influye y moldea. El sistema y lo circular de las relaciones que se establecen pueden influenciar profundamente a las personas, de tal forma que su responsabilidad se vea disminuida y ellas ya no acudan a sí mismas o actúen gobernándose a sí mimas, sino que acuden a otro nivel superior responsable de haberlas moldeado e influenciado. De tal modo que se vivencia la capacidad de decisión de las personas como menor. Ésta es otra de las paradojas actuales, ya que las personas se encuentran en un escenario donde toman multitud de decisiones pero no en relación con su malestar. En la actualidad, consideramos que en un lógico escenario de presión uno puede ver diezmada su capacidad de tomar decisiones en cuanto a su malestar y por lo cual su responsabilidad es menor. Por consiguiente podrá responsabilizar a otros de su queja. De esta manera, asistimos a una larga lista de personas y nuevos colectivos "victimas-afectadas" que hacen responsables, tanto de sus quejas como de la solución de sus problemas, a otras personas. Sin embargo y paradójicamente, la felicidad, sí es entendida como una responsabilidad para las personas. Sí tiene que ver con ellas mismas. Así pues, nos encontramos ante el hecho de que las personas, por un lado, no se responsabilizan de sus quejas, no siendo una obligación analizar o aceptar el dolor, y, en cambio, sí es una responsabilidad, incluso una obligación con tintes de imposición, ser felices.
Los cambios históricos
Después de varias guerras mundiales, la sociedad occidental precisa de un extenso replanteamiento. Una búsqueda de la esencia del ser humano que pasa por el punto álgido del existencialismo, y versiones en principio más optimistas y solidarias de las personas. La psicológica comienza a replantearse lo reduccionista que puede ser centrarse únicamente en la psicopatología del ser humano, a curar sólo las heridas, a remendar los defectos, esto ha "llegado a identificar y casi a confundir la psicología con la psicopatología y la psicoterapia" (Vera, 2006). Surgen escuelas más positivas, unos colectivos más orientados hacia la procura de felicidad como el humanismo que nos recordó que las personas somos para el encuentro y la unión. La Escuela de Ginebra replanteó los valores universales, las teorías del apego que renovaron la idea de la vinculación, la razón moral, la empatía; incluso la etología con sus "recursos afectivos" puso su granito de arena en esta reconstrucción. Paralelamente, el capitalismo se hacía hueco instituyendo una forma de ser que persigue el rendimiento para obtener el bienestar. La psicología, en parte identificada masivamente con lo numérico, estadístico y genético de la mente, se somete al discurso de lo rentable de los tratamientos y se desliga de la universal filosofía. Poco a poco, ante la complejidad de los sistemas, se van reduciendo las apuestas por el cambio social y aumentan las apuestas por el cómo acomodarse mejor al medio. Se crean sistemas para adaptarse mejor al propio sistema. Una sociedad que se diseñó para el trabajo y la producción pasa a ser una sociedad que se diseña para disfrutar, donde, por lo general, la felicidad va convirtiéndose en un derecho y, en ocasiones, un derecho un tanto idílico. Una obligación sistemática, lejos de lo que nos proponen autores humanistas como Seligman (2002), en su obra Authentic happiness. Ya no se trata sólo de tener calidad de vida o estar bien. La tendencia de todas las personas a la lógica búsqueda del "sentirse bien" ha encontrado la horma de su zapato en la lógica circular del capitalismo. Todo un exceso de autoestima generalizada. El capitalismo imprime un plus a esta lógica gestión de bienestar. Nuestra cultura occidental impone un empuje extra a la tendencia natural de las personas, agrandándose en nuestros días como idea irracional que no tiene límites; como dirían los cognitivistas, no tiene fin; como algo que se pretende y no puede llegar a colmarse; como el burro detrás de una mayor zanahoria del deseo; algo que se debe conseguir en una especie de continua y deleitosa armonía del disfrute. Un imperativo que paradójicamente puede generar angustia tarde o temprano; surgen los signos en el cuerpo, las actuales depresiones, ya que en algún momento nos encontramos con los límites, con el imposible real, con los jefes, con los conflictos en el trabajo, con la asfixia de la difícil conciliación de lo laboral y las labores del hogar y de los hijos. ¿Todo es posible? Este empuje extra, este plus amplía en forma de imperativo la tendencia natural de las personas, y genera consecuencias como juntarse tanto en cuanto disfrutamos como grupo de "algo", de una actividad. Cobran menos importancia o son irrelevantes las vinculaciones que se dan a partir de los ideales o valores. Esta presión y gran esfuerzo también hace flaquear, en un sentido literario, la capacidad emocional de las personas, ya que lo emocional no es un pozo sin fondo, tiene un límite. La búsqueda constante del placer en los objetos lleva emparejado de forma paralela el "rendir" para tal efecto y ante la hiperactiva cadena de actividades que ha de desarrollarse para llegar a tal estado de gracia, hemos emparejado "funcionar" siempre a cualquier hora y en cualquier situación. Algo que numerosos autores contemporáneos han explicado como una de las subjetividades contemporáneas: "Me reconocerán y me querrán en torno a lo que hago, no a lo que soy y siento".
Conclusiones
Paradójicamente, esta búsqueda de la felicidad como imperativo nos hace vulnerables. Según Bruckner (1996), el hombre actual del capitalismo tardío es consumista, multiculturalista, victimista, e infantilizado. Para Lasch (1999) "la salud mental positiva y la búsqueda de un continuo estado psicológico ausente de malestar [...] parece ser inversamente proporcional a la calidad de vida moderna". Asistimos a la época en la que hay que evitar cualquier "límite" que impida alcanzar ese estado de felicidad, ya que es sentida como una obligación. El fuerte consumo de drogas sería sólo una consecuencia más. Asistimos, con afirma el psicoanalista Ramón Ubieto (2005), al "intento de suprimir todo riesgo en la vida, con los cantos a todo tipo de prevención, para intentar que nada sea traumático". Incluso hoy algunas guerras son llamadas de "prevención". Hay otros estilos más minoritarios y más adecuados de prevención que generan competencia y que insisten en ubicar la responsabilidad en el lugar adecuado. La felicidad como algo dominante se esboza como incuestionable y "si no se logra se vive como un fracaso, un imperativo que produce desastres", según Manuel Fernández Blanco (2006). No responsabilizarse del malestar es evitar una parte de uno mismo y esa desfragmentación desorienta, desdibuja, y nos hace paradójicamente frágiles. Sin duda la felicidad también es responsabilizarse del malestar, intentar ubicar en el lugar adecuado la parte de responsabilidad que hay en un displacer, eso ayuda a madurar y a evolucionar, y evita que nos quedemos en el impasse. La felicidad tiene que ver más con asumir la integración emocional en todas sus vertientes que con evitar el malestar, es decir, responsabilizarse de lo bueno y de lo malo. Uno empieza a dejar de ser víctima cuando comienza a responsabilizarse y, como consecuencia, empieza a generar control, competencia, y a crear alternativas. "Como puede observar, dejo fuera de las tareas del Gabinete la obligación de ser feliz, el uso de la palabra en tono imperativo, la tendencia a la objetivación del sufrimiento [...] y le abro la puerta a lo humano y a lo personal", Jacques-Alain Miller, (2006).
Nota
* Psicólogo. Coordinador terapéutico de Proyecto Hombre Burgos.
Correspondencia: Proyecto Hombre Burgos. C/ Pedro Poveda Castroverde núm. 3 - Bajo. 09007, Burgos. España. Teléfono 947481077. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Bibliografía
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Lasch, C. (1999), La cultura del narcisismo, Santiago de Chile, Andrés Bello.
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Miller, J. (2006), Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España, Barcelona,ELP.
Rabinow, P. (2006), en Harmon, Amy, "Más y más personas arguyen: 'La culpa es de mis genes'", en The New York Times, sección de El País, 29 junio, 2006, p. 5.
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Ubieto, R. (2005), "Cambios sociales y ficciones familiares", en Revista Análisis, (10), 77-85. Palencia: GEP-CL.
Vera, B. (2006), "Psicología positiva: Una nueva forma de entender la psicología", en Papeles del Psicólogo, Vol 27, (1), 3-8. Colegio Oficial de Psicólogos.