¿Qué hacemos con el tiempo libre y el alcohol?

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En este trabajo se hace un análisis de las determinantes del consumo de alcohol durante el tiempo libre por parte de los jóvenes. Se plantea que el proceso globalizador ha impuesto un paradigma nuevo en cuanto a las formas de invertir el tiempo libre. Además de ciertas ideas equivocadas en torno a la sustancia y otros factores de índole cultural y social que facilitan y promueven la emergencia de experiencia lúdicas a partir del consumo.

¿Qué hacemos con el tiempo libre y el alcohol?

Amando Vega

En principio, el tiempo libre es un "tiempo personal", del que uno puede disponer en plena libertad. En la práctica, este tiempo puede estar dirigido por otros: la sociedad del consumo ha organizado tan bien el negocio del tiempo libre, que no existe tiempo para pensar, y sí urgencia por llegar a disfrutar de las experiencias más variadas, en una carrera sin fin.

Los datos aportados por diversos estudios sobre distribución del tiempo libre suelen situar al rubro "charla/copas" como la actividad más frecuente después de ver la televisión. No sólo aumenta el consumo de alcohol entre la gente joven, sino que también crece el número de sujetos sospechosos de  alcoholismo, sobre todo en los fines de semana. La cultura contemporánea de la fiesta está íntimamente asociada al consumo de bebidas alcohólicas. Este consumo normalmente se realiza en grupo de amigos y compañeros.

De todas formas, entre los jóvenes aparecen estilos de vida diferentes. Y también varían los usos del tiempo. Los jóvenes hogareños que dedican su tiempo de ocio a actividades sanas, quienes presentan aficiones a la lectura, el canto o la música, quienes se pasan las horas con la computadora o las consolas de juegos electrónicos, presentan un consumo de alcohol inferior al de los jóvenes que dedican su tiempo de ocio a salir con los amigos por los bares.

Los jovenes prácticamente abstemios son definidos como estudiantes que dicen mostrar interés por lo que estudian, y sus resultados académicos así lo demuestran. En cambio, quienes más alcohol consumen muestran menos interés por el estudio, aunque se consideran importantes en su grupo de amigos y con ellos se sienten protegidos.

La educación debe ofrecer alternativas para que el tiempo de ocio de fin de semana no equivalga a un consumo de alcohol sistemático y compulsivo. Gran parte de los jóvenes lo han entendido así, y por ello el porcentaje de abstemios ha ido aumentando en los últimos años. Sin embargo, las señales de alarma se han puesto en funcionamiento, porque otro gran porcentaje ha elegido la borrachera, en vez de consumir moderadamente. Esto lo demuestra un estudio realizado en San Sebastián, entre la población adolescente.

El fenómeno del consumo de alcohol y otras sustancias en el fin de semana no surge por generación espontánea. Los cambios sociales y culturales de los años ochenta han provocado que los jóvenes socialicen en la cultura del fin de semana, fenómeno que ha sido utilizada en su beneficio por el marketing del alcohol. Esta cultura se comprende a la luz de la globalización, la reestructuración de los mercados y la división internacional del trabajo. Dichos procesos originan la irrupción histórica del fin de semana y la conformación del mercado internacional del alcohol.

Por otra parte, los mitos del alcohol se mantienen con todos los honores en nuestra sociedad. Es posible que con el tiempo se modifiquen las expresiones, como puede comprobarse en el refranero, en la literatura o en los anuncios. Sin embargo, permanecen una serie de creencias como estas: el alcohol es un alimento, el alcohol calienta, el alcohol es un estimulante sexual, el alcohol facilita las relaciones sociales, el alcohol previene enfermedades del corazón, el alcohol abre el apetito. A estas creencias se une el prestigio cultural otorgado a diferentes bebidas alcohólicas asociadas a la gastronomía, al arte, la historia y, también, a la salud. Los medios de comunicación social enarbolan su difusión y su constante refuerzo.

Ante estos usos de prestigio social no parece existir inquietud entre los educadores, padres y profesores, pues se trata de elementos plenamente asumidos en la cultura. La preocupación sobre el alcohol suele llegar con los problemas graves. Mientras, los estereotipos se mantienen sin cuestionamiento alguno.

La familia es la primera institución transmisora de estereotipos prestigiados que se relacionan con el alcohol. En ella, al mismo tiempo que se toman diferentes bebidas alcohólicas, no faltan justificaciones y alabanzas a su consumo. Incluso, en la escuela o desde la escuela, se organizan actividades festivas (fiestas de fin de curso, excursiones, etc.) donde el alcohol asume gran protagonismo, sin que profesores ni padres se planteen interrogante alguno, salvo lamentaciones posteriores al surgir un problema (violencia, accidentes, etc.)

Mientras tanto, la publicidad del alcohol compromete al posible consumidor: tú tienes la última responsabilidad, reza un mensaje que encaja perfectamente con los intereses de una sociedad consumista, sin mayores compromisos sociales. Este enfoque individual que niega a la salud como un producto social y sobrepone la libre elección, no compromete ni a la empresa productora ni a las instituciones sociales. Y al mismo tiempo, "no sólo no hay riesgo de reclamaciones judiciales, sino que cabe incluso la posibilidad de que la imaginación del cliente potencial vaya más lejos de los que hubieran ido las palabras del anuncio." (ferres, 1996)

El consumo del alcohol también se representa como un fenómeno diferente al de las drogas. El alcohol pertenece al contexto de las relaciones sociales de grupo, separándose claramente de los fenómenos no normativos, ligados a las conductas desviadas e individuales con las que se asocia a la toxicomanía. Podemos decir que existen dos ideas claves que diferencian al alcohol de las drogas ilegales: una, su aceptación cultural; la otra, la capacidad de controlar sus efectos, frente a drogas como la heroína, que son incontrolables.

De la misma forma, la publicidad explota tópicos relacionados con estas premisas a la hora de promocionar productos alcohólicos. Los usos del alcohol en los jóvenes están motivados por la búsqueda de sensaciones compartidas con los otros, por la necesidad de sentirse parte de un grupo. Esta relación tiene un componente pragmático. Sugiere un hedonismo calculador o de placer limitado, que caracterizaría al mundo de valores post‑moderno: cuida tu cuerpo para disfrutar de él y poder consumir. En esta línea, el alcohol sustituye a otras sustancias marginales, como la heroína, en esa búsqueda de sensaciones, aunque esta vez controladas. El alcohol deviene entonces como una sustancia más blanda que las drogas. La supuesta capacidad de controlar su uso lo dota de una  imagen light. Las narrativas juveniles sobre el uso del alcohol giran precisamente alrededor de estas creencias sobre el control de la ingesta. En ellas se explica cómo aprende uno a beber en la medida que más práctica tiene, aprende a coger el puntillo, esto es, beber sin perder la euforia y sin sentir los efectos adversos del alcohol (agresividad, malestar, mareos, etcétera)

Así los jóvenes presentan, por un lado, una baja preocupación por la salud y por las consecuencias negativas de sus conductas y, por otro lado, la ilusión de control, es decir, la sobreestimación de las capacidades de control del medio.

¿Qué se puede hacer ante esta situación? La respuesta no es fácil cuando se comprende la complejidad del fenómeno. Sin respuestas integrales, que tengan en cuenta la realidad social de los jóvenes en nuestra sociedad, así como todos los factores que favorecen el uso del alcohol en el fin de semana, no podremos llegar muy lejos.

Desde esta perspectiva conviene estar alerta ante programas de apariencia muy novedosa por la simplicidad de sus planteamientos, o porque llegan a un gran colectivo, pero carecen de una fundamentación seria que justifiquen resultados positivos. Una experiencia conocida es la "discoteca sin alcohol", ofrecida a menores de 16 años. La evaluación hecha en San Sebastián (Yurrebaso, 1993) no deja lugar a dudas: la discoteca sin alcohol no sirve para la prevención, pues más bien hacen posible el primer acercamiento al tipo de ocio "de alterne" dentro de la lógica del fin de semana, y supone un entrenamiento para el mismo ocio, reforzando este modelo y sentando las bases para la familiarización en el consumo del alcohol.

Las campañas puntuales a través de los medios de comunicación social poco pueden conseguir ante la constante presión al consumo, que aparece también en los propios medios de información. Así, la evaluación de la campaña realizada en Getxo (Vizcaya) recoge dos aspectos tangenciales que presentan trabas considerables para la validez y el alcance de las mismas (De Epalza, Irazabal, 1997). La primera traba es que la relación entre consumo de alcohol y salud "no se vive problemáticamente" entre los jóvenes. Se reconoce, incluso, que los consumos altos de alcohol durante el fin de semana siguen percibiéndose como no negativos.  Por otra parte, aparece la "cultura juvenil del alcohol" es otra gran traba para las acciones preventivas institucionales, no tanto "una dificultad a superar, como un condicionamiento de muy difícil erradicación que actúa sobre el impacto de tales acciones".

¿Qué se puede hacer? Antes comentaba sobre la urgencia de ofrecer respuestas integrales a las necesidades de los jóvenes, entre las que no podemos olvidar las de divertirse, pasarlo bien, encontrarse con los amigos, salir de la rutina de la semana, vivir nuevas experiencias. ¿Por qué no recuperar el sentido del tiempo libre como tiempo de ocio?

Con el ocio aparecen nuevos horizontes para el hombre, donde se puede encontrar un nuevo equilibrio con la naturaleza, con la propia vida, con los demás. Y "sólo puede haber ocio cuando el hombre se encuentra consigo mismo, cuando asiente a su auténtico ser" (Pieper, 1974).

El ocio encuentra sus funciones en el descanso, en la diversión y en el desarrollo. El ocio es un conjunto de ocupaciones a las que el individuo puede dedicarse voluntariamente, sea para descansar o divertirse, o para desarrollar su información o su formación desinteresada, su voluntad de participación social o su libre capacidad creadora, cuando se ha librado de sus obligaciones profesionales, familiares, sociales (Dumazedier, 1964).

Para que el tiempo libre sea ocio exige un sentido, valores que lo orienten y sustenten: alegría, bienestar interior, disfrutar de las pequeñas cosas de la vida...

Frente al aburrimiento y la manipulación de nuestro tiempo libre, el ocio servirá como compensación y equilibrio frente a las limitaciones, fracasos e insuficiencias de la vida ordinaria.

Este trabajo es parte de una investigación subvencionada por la Universidad del País Vasco.
cupv048.230-ha201/97