Ayúdate, que yo te ayudare: Conciencia de enfermedad en la adicción

Uno de los aspectos que últimamente más he observado en la consulta clínica (sobre todo con pacientes que consumen algún tipo de sustancia), es la imposibilidad de muchos de ellos por reconocer la situación a pesar de las consecuencias negativas evidentes que padecen. Este aspecto asociado a la condición adictiva es la negación, que se manifiesta no importando la fase en que se encuentre el sujeto en un proceso de recuperación. Es aquí donde se observa un elemento que en lo personal considero nodal en el fenómeno adictivo: la conciencia de enfermedad.

Es sabido que, el sujeto “debe tocar fondo” para reconocer la problemática que tiene, y por ende, consentir que sea ayudado. Es condición sine qua non para realizar cualquier ofrecimiento de apoyo. Una vez que el sujeto acepta ser auxiliado por su familia o por cualquier profesional capacitado se abre la posibilidad para que la rehabilitación se lleve a cabo, y con ello, el proceso terapéutico para lograrlo.

Sin embargo, a pesar de que el sujeto llega a realizar dicho proceso, en muchos casos NO se realiza tal operación, ¿por qué?

Hay algún mecanismo ligado a la propia naturaleza adictiva del fenómeno que encubre la situación, y actúa como un doble fondo: uno evidente, para el acto de estar queriendo solucionar el problema; el otro oculto, para cubrir la intención de continuar con ello. Ambivalencia que se le presenta al sujeto de la adicción, que lo consume. Al igual que la sustancia de la que se sirve (una copa de licor, un cigarrillo, etc.).

Será que, en este fenómeno hay un cambio de posición en donde el sujeto se des/coloca para ubicarse en la misma condición del objeto de su elección, es decir la droga. Re/produciendo la dinámica de consumo-producto. Vemos aquí el reflejo de la condición existencial humana en la que el sistema social reproduce paradójicamente los mecanismos económicos que condicionan la relación del hombre con el consumo de necesidades creadas (muchas de ellas artificialmente), y con su producción por el mercado.

Por ende, se necesita de un sujeto consumidor-adicto que (se) consuma un producto-droga que lo mantenga ocupado y alineado. En esta actividad se mantiene satisfecho, calmando una necesidad programada que obtura otra de naturaleza emocional. En este círculo vicioso (nunca mejor dicho), el sujeto se encuentra entre/dicho: a-ddictus.

¿Cómo salir de esta encrucijada?
Si el sujeto se encuentra ante la imposibilidad de no decir, entonces no hay una aceptación de su condición mucho menos de las consecuencias. Por tanto, el sujeto no se responsabiliza de su acto. Y al mermar este sentido de responder, de declarar, de enunciar, el sujeto queda deslucido.

Aparece un discurso caracterizado por una palabra vacía, por un relatar los hechos carente de emocionalidad, con cierta lejanía como si el sujeto no fuera actor, más bien, simple espectador de un drama ajeno a él. Como si de otro se tratara.

Un discurso en tercera persona, donde otro es quien pro(t)agoniza, no él. Curiosa referencia a esa deslocalización del sujeto, que languidece, se apaga, se consume. En ese goce perpetuo que lo mantiene enganchado a esa relación especial, primaria con el objeto. Cuya simbiosis lo borra, lo mantiene sin decir (a-dicto) sobre su situación, lo que le pasa, su sufrimiento.

Proponer una forma diferente (en el espacio clínico-analítico) en donde el sujeto se reconociese y asumiera su dicho, y se hiciera responsable del mismo ayudaría a colocarlo en el lugar donde podría cuestionarse sobre su deseo, y esto llevarlo a hacer consciente su situación. Es decir, hacer emerger su verdad. Y con ello, la particularidad de su adicción.

Es aquí donde creo que una intervención empezaría a operarse, a llevarse a efecto: A partir de que la conciencia de enfermedad (vista como esa particularidad) apareciera en el sujeto.

1 El doctor José Miguel Rodríguez Dorantes es Psicoanalista y Psicólogo especialista en Adicciones.
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